Divertir y recrear


Por Eugenio Pacelli Torres Valderrama*

Corresponsal del Chicamocha News en Europa

(Adaptado de mi libro: Más allá de la Caverna, escrito con Javier Santos Sánchez.)

Respecto al uso del tiempo libre, recuerdo las palabras de uno de mis profesores de la universidad, que insistía en la diferencia entre la recreación y la diversión. El prefijo «di», nos decía, significa «dos», como en el caso de la palabra diptongo, donde dos vocales aparecen juntas. Verter, por otra parte, es sinónimo de vaciar. Por lo tanto, aquello que es divertido implica que se ha sacado dos veces. Según mi profesor, esta es una situación extenuante, pues se echa mano de las reservas energéticas del cuerpo.

El desbalance en el funcionamiento del organismo, tarde o temprano se dejará notar en forma de malestar, envejecimiento prematuro e incluso de enfermedad crónica.

La contraparte de la diversión es la recreación. De nuevo, si analizamos la etimología de la palabra, encontramos que el prefijo «re» tiene una connotación similar a «di», es decir «repetir o volver a», como en el caso de reencuentro. Unido a «crear», implica algo positivo. Recrear, decía mi maestro, es volver a generar, trabajar con lo que ya se tiene dentro para producir algo nuevo. Es por tanto una experiencia enriquecedora que nos hace exigirnos a nosotros mismos y cuyos resultados repercuten en la autoestima y la confianza para encarar retos nuevos.

Insistía también en que el día se divide en tres segmentos de ocho horas. Uno está dedicado al sueño y es intocable. Otro, al estudio y/o el trabajo y debería también serlo. Pero el tercero está a nuestra entera disposición para el desarrollo de la personalidad y bien lo podemos utilizar para construirnos o destruirnos a nosotros mismos.

Quienes tienen la tendencia a sacarle el quite a la diversión corren el riesgo de que se les tilde de aburridos. Pero más aburrido resulta tenerse que quedar en la cama hasta mediodía un fin de semana con un fuerte dolor de cabeza causado por los excesos en la diversión de la noche anterior.

Mi profesor nos recalcaba, siempre que podía, la importancia del recto actuar. El caminar derechos, el masticar de forma apropiada, el cultivar un pasatiempo, el mantener relaciones interpersonales valiosas, eran para él consecuencias indirectas del buen uso del tiempo libre, entendido como inversión en el desarrollo personal y no como desperdicio. Según lo anotara el escritor Hermann Hesse: «La experiencia nos enseña que sólo tienen repercusión en nuestro corazón las cosas que se parecen a él».

Respecto a los bebedores, nos decía mi profesor, el borracho pasa por tres etapas. La primera es la del león. El alcohol lo hace sentir prepotente, se cree el rey de la sala y no hay contrincante que le quede pequeño. La segunda, la del mono, es cuando, al olvidar el buen juicio, comienza a hacer bromas pesadas y queda en ridículo. Actúa en una forma en la que bajo otras circunstancias jamás lo haría sin medir las consecuencias. Finalmente, en la tercera y más vergonzosa de las etapas, la del cerdo, ya nada le importa, pierde por completo el control y no encuentra reparo en revolcarse en su propia inmundicia.

Como alternativa nos aconsejaba practicar yoga, salir a caminar por el campo, sensibilizarnos al arte, leer, escribir y meditar. Todas estas y otras actividades recreativas, tienen un disfrute superior a cualquier tipo de diversión. Sacar de donde ya se ha sacado conduce solamente a un estado de vacuidad, mientras que volver a crear enaltece el espíritu.

Quien hace de la recreación un hábito, se sentirá siempre renovado y lleno de energía para emprender nuevos proyectos y construir una mejor manera de vivir.

*Doctor en Ingeniería, Hokkaido University, Japón. Autor de los libros "Aprendizaje Creativo", "Más allá de la Caverna" y "Libérate Escribiendo", entre otros.

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