(Esta historia la narra Olowaili Green Santacruz,
comunicadora audiovisual del pueblo Gunadule con aportes de equipo SentARTE,
Juan Esteban Díaz y Laura Rave).
A mi abuelo, Manuel Santacruz, de 93 años, se le ve
todas las mañanas en un terreno lleno de árboles frutales cuidando a Nabguana
(Madre Tierra en lengua dulegaya) para que no muera. “Yo siembro porque
es la manera más correcta de pagarle a nuestra gran madre y dejar huellas en
nuestros hijos y nietos”, dice mientras se pone sus botas y afila su machete
para ir a trabajar.
El terreno donde vive con mi abuela, Miguelina
Álvarez, y con dos de sus cuatro hijos y nietos se ubica en medio de extensos
cultivos de plátano y lo atraviesa la carretera que comunica a los municipios
antioqueños de Turbo y Necoclí (Golfo de Urabá). Desde esa vía ruidosa y
transitada por camiones, buses y todo tipo de vehículos y motocicletas se ve un
corredor verde de plataneras, el monocultivo que se ha expandido en el
territorio del pueblo Gunadule, conformado por las comunidades Caimán Bajo
(Ibgigundiwala) y Caimán Alto (Naggwal). En las dos comunidades viven 374
familias, de las cuales 41 están en Ibgigundiwala, según censos del
resguardo.
Allí casi todas las familias se sostienen del
plátano y del banano, sin embargo, se conserva el bosque tropical y la siembra
de árboles frutales, pero el territorio ha sufrido cambios. Por ejemplo, hace 20 años, a pocos metros de la casa
del abuelo, corría una quebrada con abundante agua, hoy es una zanja seca y
sobre ella caen solo las hojas de los árboles de zapote y totumo que hay
alrededor.
Babbibbo, como sus nietos llamamos en nuestra lengua dulegaya a Manuel
Santacruz, en una tarde de agosto de 2021, en medio de un tejido de la palabra
(conversación), cuando la naturaleza nos regalaba un cielo rojizo como son los
atardeceres en el Golfo de Urabá y los rayos del abuelo sol se conectaban con
la imagen y el espíritu de la abuela Mar, me comenta que él se destaca por ser
una de las personas que más ha sembrado en el territorio, lo reconocen como el
“amante sembrador de las semillas”.
Babbibbo dice que desde mucho antes de la llegada de los españoles
(época de la invasión, hace 500 años) esta práctica de sembrar árboles frutales
existía y no es algo que se haga porque hoy en día se está viviendo un
desequilibrio ambiental, “el pueblo Gunadule desde nuestro origen practica este
agradecimiento a nuestra gran madre cada que nace una niña o niño”.
El monocultivo
Sin embargo, asegura con tono de preocupación que el monocultivo del
plátano y del banano ha afectado la tierra y ha cambiado muchas prácticas
culturales, como la siembra de árboles y el trueque de alimentos y
semillas.
“Ahora es más importante el dinero que se gana cultivando el plátano,
solo somos los abuelos los que pensamos en sembrar yuca, plátano, caña, arroz,
maíz y cacao porque esta nueva generación piensa es en cómo ganar más dinero,
es lo que ha provocado el monocultivo, cambiar pensamientos ancestrales, las
madres y padres jóvenes no comprenden que sembrar la placenta y el ombligo
umbilical de sus hijos es vital para que ellos conecten con la tierra y así
vivir bien y en armonía”, reflexiona Manuel, quien fue Sagla (cacique) de
nuestra comunidad Ibgigundiwala.
En la región de Urabá hay sembradas 50 mil hectáreas de banano y plátano
de exportación, de acuerdo con cifras del Instituto Colombiano Agropecuario
(ICA). El cultivo de banano “representa un área sembrada de 35.440 hectáreas,
con exportaciones por 71,7 millones de cajas al año por valor de US $585
millones y 30.000 producen plátano, beneficiando a 8.000 familias”, reportó el
ICA.
De las 374 familias del pueblo Gunadule, 150 están vinculadas a alguna
empresa bananera, de acuerdo con la Organización Indígena de Antioquia, OIA.
Esos cultivos y el “sistema capitalista cambió el pensamiento de nuestra
nueva generación”, dice el abuelo. A él le preocupa que nuestros cuerpos y la
tierra son los que reciben los venenos.
“Lo que comemos ya no es sano, entonces si no nos preocupamos por
nosotros mismos, entendiendo que nuestro cuerpo es nuestro territorio, menos lo
estamos haciendo por nuestro planeta, por nuestra madre, la estamos envenenando
poco a poco, con las fumigaciones que requiere cualquier monocultivo, ya la
tierra no es fértil, nuestros animales ya se alejan y mueren junto con la madre
naturaleza, esta crisis climática no solo afecta a la tierra sino a nuestros
mismos cuerpos”, reflexiona el abuelo Manuel, mientras alza sus brazos y mira
hacia el cielo.
Babbibbo tiene razón. Cerca de nuestras dos comunidades, en la misma
región de Urabá, es común ver avionetas fumigando grandes extensiones de
plátano y banano. El medio La liga Contra el Silencio contó en la
historia Una nube de veneno se cierne sobre Urabá que
en los últimos seis años las prácticas de empresarios bananeros y compañías
fumigadoras no son las más adecuadas en la zona.
La Liga documentó que cada año en Urabá se “vierten al menos 10,5 millones de litros de fungicidas
y químicos para el control de la sigatoka negra, una de las enfermedades más
comunes que afecta los cultivos de plátano y banano en el mundo. De las 50.685 hectáreas de cultivos de banano reportadas en
Colombia en 2018, 35.123 estaban en esa región. El problema
particular de esta zona es la aspersión aérea que arroja toneladas de residuos
tóxicos, con consecuencias irreparables para el ambiente y la salud”.
Es un asunto que inquieta a los pobladores de Urabá. Sin embargo, las
avionetas no se ven sobrevolando en nuestro resguardo indígena porque está
prohibido fumigar los cultivos y menos afectar a nuestra madre tierra.
Nuestros orígenes
Babbibbo recuerda los cantos sagrados de nuestros antepasados, que
hablaban de nuestra creación y ley de origen, cuyos mensajes decían que
llegaría un momento en el que iba a haber un desequilibrio y desarmonía con
nuestra gran madre y los culpables serían los wagas (gente no indígena) y
estaríamos en medio de “la avaricia y la individualidad, donde iba a prevalecer
el dinero por encima de nuestros recursos naturales, la crisis climática que se
vive hoy en día, pero desde nuestra existencia hemos tenido soluciones”.
Las prácticas a las que se aferran mi abuelo y mi comunidad son el
derecho ancestral de “nuestros niños a que su ombligo umbilical y su placenta
sean sembrados para agradecer a la tierra y seguir fortaleciendo el espíritu de
la tierra”, y seguir sembrando árboles frutales y plantas cada que nace una
persona de mi territorio con la intención de darle fuerza a nuestra Nabguana
(madre tierra). Nuestro mayor deseo es volver a ver a los tucanes volar cerca
de nosotros, ver monos titíes saltando de árbol en árbol y que vuelvan los
camarones a nuestras quebradas llenando de vida nuestro alrededor, y también
ver a las mujeres tejiendo las coloridas molas y protegiéndose por medio de los
winis (pulseras que usan en los brazos y tobillos) y de las plantas
medicinales, como la albahaca y el fruto del cacao.
Los Gunadule, también conocidos como los gunas o tules, gente que habita
la superficie de la tierra, hemos pervivido a pesar de la colonización y
conflictos, desde nuestros territorios en Colombia y Panamá, de la mano con la
Madre Tierra y la abuela Mar.
Nota. Esta
historia hace parte de la serie periodística Miradas a los Territorios ¡Resistir para Sanar! es
producto de un proceso de co-creación con periodistas y comunicadores indígenas
y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la
coordinación editorial del medio independiente Agenda
Propia con el apoyo de SentARTE.