OPINIÓN - Chicamocha News
Enero de 2022
Muchos hemos
escuchado hablar de la alquimia, la práctica de transmutar el plomo en oro.
Históricamente a la alquimia se le atribuye el mérito de haber sentado las
bases para el desarrollo posterior de la química, pero su alcance va más allá.
En la literatura encontramos infinidad de alusiones en torno a ella. Se dice,
por ejemplo, que tuvo su origen en el antiguo Egipto y que fue parte de la
tradición esotérica de China e India. Sin embargo, fueron los árabes quienes en
el siglo doce la introdujeron en Europa. Una vez arraigada allí, se convirtió
en una tradición rodeada de misterio, a menudo asociada con saberes ocultos,
brujería y cabalismo. Los propios alquimistas contribuyeron en gran medida a
tal fama, pues en la descripción de sus experimentos empleaban un lenguaje
críptico y lo complementaban con simbolismo y astrología. Quien pretende
escudriñar sus secretos se encuentra con que, en vez de simplificar el arte, lo
que buscaban los alquimistas era hacerlo más complejo. En su libro “El lenguaje
secreto de los símbolos”, el sicólogo inglés David Fontana nos ofrece una
posible explicación. Los antiguos se valieron del simbolismo de la
transformación alquímica para disfrazar una práctica condenada por la iglesia
medieval, la de que toda persona tiene dentro de sí el poder de elevarse hacia
su propia salvación, sin la intervención de instituciones de ninguna clase.
De lo anterior se
desprende que, cuando los alquimistas hablaban de transmutar un metal base en
oro, en realidad se referían a la transformación de nuestros pensamientos y
acciones diarias en el “oro puro”, de una existencia basada en nuestra esencia
espiritual. De ser así, uno podría llegar a la conclusión de que para practicar
alquimia no se requieren textos complicados, ni conocimientos ocultos, ni
tampoco alejarse de la sociedad y pasar días y meses encerrados en un
laboratorio rodeados de retortas hirvientes, azufre y mercurio. La materia
prima para la verdadera transformación la encontramos por doquier. Cuando un
ama de casa controla el impulso de regañar a su hija por un plato que rompió
por accidente, está practicando alquimia. Cuando en una tienda devolvemos el
dinero que el tendero nos dio de más, al darnos los vueltos, estamos
practicando alquimia. Siempre que logramos sobreponernos al egoísmo, a la
envidia, a la cólera, a la codicia y a desearle el mal al prójimo, nos
convertimos en alquimistas en el mejor sentido de la palabra.
Y aquí viene el punto
clave. En una entrevista le escuché al escritor suizo Rolf Dobelli comentar que,
cuando consideramos el desarrollo, siempre lo asociamos con un proceso de
adición. Esto se aplica especialmente al desarrollo personal, tenemos que saber
más, conocer más gente, visitar más lugares, acumular más experiencias, para no
hablar del afán de poseer más bienes materiales.
A este respecto bien
nos vendría recordar el objetivo de la alquimia y su poder de transformación.
El oro surge a partir del plomo. No se trata de un proceso de adición, sino por
el contrario, de refinamiento, de sustracción, de quitarle impurezas. De igual
forma, cuando hablamos de desarrollo personal no debemos pensar tanto en lo que
nos falta, sino en lo que nos sobra, y en el camino encontramos a Sócrates
quien nos aconsejaba conocernos a nosotros mismos. Ya lo vimos con el ejemplo
del ama de casa y la compra en la tienda, todos estamos plagados de impulsos
destructivos, de energías negativas, de actitudes aprendidas que van en contra
de la convivencia, de lo que nos hace realmente humanos.
Así como un perro al
salir de un pozo se sacude para librarse del agua de su pelaje, así deberíamos
sacudirnos después de cada conflicto para liberarnos de los resentimientos y
sinsabores generados, que no hacen más que encadenarnos a una naturaleza
inferior y que, por tanto, actúan en sentido contrario a la alquimia, es decir,
transformando el “oro” de nuestra paz interior en el “plomo” mundano de las
circunstancias cotidianas.
*Doctor en
Ingeniería, Hokkaido University, Japón. Autor de los libros "Aprendizaje
Creativo", "Más allá de la Caverna" y "Málaga, leyendas
extraviadas", entre otros.