¿Cómo llegó el primer carro a la provincia de García Rovira? (Parte II).

“Y nuestro Chevrolet, durante toda una tarde, estuvo dedicado a pasear a los simpáticos pobladores de San José de Miranda, que, por riguroso turno, y comenzando por el cura párroco, daban vueltas alrededor de la plaza…”.

Por Rubén Darío Rodríguez López
Chicamocha News – 22 de septiembre de 2023

Como le describía en la primera parte, Adán y Andrés Stoessel, provenientes de Argentina y después de 9 meses y 2 días, es decir, el 17 de enero de 1929, iniciaron su travesía desde Bogotá hacia Venezuela, por una ruta sugerida por el Gobierno Colombiano, específicamente por el Ministerio de Fomento Colombiano (hoy Ministerio de Transporte), donde detallaba tramo a tramo, las condiciones de los caminos por los cuáles tenían que pasar. Vale la pena anotar que toda la aventura de estos dos épicos ingenieros, fue filmada en una cámara, que su Padre, Don Andrés Stoessel, les regaló antes de iniciar su viaje desde Arroyo Corto, provincia de Buenos Aires, (Arg.). Video que compartiré al finalizar esta travesía por la provincia de García Rovira.

También quiero resaltar que, en esta segunda parte, escribiré prácticamente los textos extraídos del libro “32.000 kms. de aventura”, el cual fue manuscrito por los protagonistas de esta historia y que, por estas razones, se describirán en primera persona. 

Comencemos:

Al iniciar el recorrido hacia Soatá, pasando por Tunja, efectivamente pudieron comprobar las regulares condiciones de la vía recién construida para el tránsito de su indestructible “Chevrolet” y sabían del paso por el tramo en construcción desde el Reservado más allá de Capitanejo, en una vía llena de erizados, con toda suerte de dificultades y que describen así:

“Los encargados de la construcción de la segunda parte de la carretera central del norte de Colombia, certificaron en nuestro libro de ruta, que el recorrido entre Soatá y Capitanejo era “una verdadera proeza, que nosotros, como ingenieros conocedores de este sector sin construir, aplaudimos con verdadero entusiasmo”. La mayor parte de las dificultades, en aquel temible tramo, fue la que nos opuso el río Chicamocha, sobre el cual, como ya nos habían prevenido, se ha tendido un pequeño puente que carece de resistencia suficiente para soportar grandes pesos, lo que nos obligó a remolcar lentamente el automóvil después de haber aliviado una parte considerable del equipo habitual. Además, se hallaban varios puentes sin construir, o en principio de ejecución solamente, entre Soatá y Capitanejo, habiendo construido por nuestra parte más de veinte puentes con tablas y troncos en otros tantos pasos obligados del rio y sus afluentes”.

Ante el cansancio y la superación de miles de obstáculos, los cogió la noche cruzando el río y no pudieron llegar hasta el Reservado ese día, por lo que decidieron hacer un alto para dormir en una choza deshabitada que se encontraba muy cerca de un caserío y donde pudieron hacer honores a un “chivito” que se habían preparado a la hora del almuerzo, bajo el calor de las brasas y del inclemente clima de la rivera capitanejana.

“Pernoctamos allí para evitarnos los peligros de una marcha nocturna entre las piedras. Andrés se metió en la choza, dispuesto a dormir siquiera por aquella noche, bajo un techo menos frágil que el de la capota del auto, pero todos los demás permanecimos en el Chevrolet, conciliando el sueño en la forma en que las circunstancias nos habían obligado a hacerlo desde hace tiempo.  Y a fe que no tuvimos que arrepentirnos por ello, pues a la mañana siguiente vimos que Andrés aparecía en la puerta de la choza con la cara tumefacta, hinchada y desconocida, por las innumerables picaduras de los mosquitos y de los parásitos que parecían haber constituido su cuartel general en la deshabitada choza. La intervención de dos ingenieros del servicio de carreteras, que en aquel momento se encontraban con nosotros, evitó que las picaduras tuviesen un resultado más grave que el de convertir la cara de Andrés en una especie de pelota de foot-ball, pues uno de ellos, con el auxilio de nuestro botiquín tropical, inoculó a nuestro jefe de ruta algunos gramos de suero preventivo, a fin de evitar las consecuencias de las picaduras. (sic).  Uno de los insectos que abundan en aquel lugar, efectivamente provoca con su aguijón una especie de envenenamiento muscular que se traduce en una acentuada ataxia locomotriz, privando a la víctima en ocasiones del uso de sus miembros por cierto espacio de tiempo, con síntomas que se confunden a menudo con los del reumatismo agudo que produce la humedad de las regiones pantanosas.

Al otro día comienza un nuevo tramo donde ellos resaltan el cambio de topografía y que, a mi manera de ver, sería desde lo que hoy conocemos como Peña Colorada, sitio que se le describe aquí como “El Reservado”. 

“Desde El Reservado en adelante es necesario seguir un camino de mulas que se halla en deplorables condiciones y que bordea con frecuencia los profundos precipicios de la cordillera, donde se hallan a menudo enormes piedras desprendidas de la montaña. Pero, afortunadamente, contábamos casi siempre con el auxilio de los pobladores de la región, hasta quienes había llegado, al parecer la noticia de nuestro paso, pues eran muchos los que nos saludaban como a viejos conocidos al encontrarnos por primera vez, pidiéndonos noticias de la travesía. Los diarios de Bogotá, en ese sentido, nos habían prestado inestimables servicios, como quedó demostrado en las inmediaciones de San José de Miranda, desde donde salieron a recibirnos numerosas personas en nombre del Padre Miranda, fundador y patriarca de aquel pueblo perdido en el corazón mismo de la cordillera.  En Miranda, donde el nuestro fue el primer automóvil que conocieron los pobladores, se nos recibió con una solemne función religiosa, con disparos de petardos, desfiles populares y muchas otras fiestas que se prolongaron por espacio de diez días, y para las que fuimos convertidos en huéspedes de honor, izándose una bandera argentina en la casa parroquial, junto al pabellón de Colombia. Por nuestra parte, naturalmente respondimos a tales agasajos con lo único que teníamos a mano: el automóvil. Y nuestro Chevrolet, durante toda una tarde, estuvo dedicado a pasear a los simpáticos pobladores de San José de Miranda, que, por riguroso turno, y comenzando por el cura párroco, daban vueltas alrededor de la plaza, gustando por primera vez las ventajas de nuestra civilización mecánica y trepidante.

Este relato anterior me traslada a mi infancia, indiscutiblemente, y ratifica que desde la época de su fundación y ante la alegría y el gusto por la fiesta y el guarapo de los Chitareros del Padre Miranda, descrito en varios documentos, (incluso en la versión de su fallecimiento en el centro de la plaza, después de celebrar la misa de gallo), en nuestro municipio siempre se han respetado las fechas religiosas y las fiestas patronales y se han celebrado con solemnidad como la izada de bandera, procesiones con la virgen de los remedios, mucha pólvora y globos. Muy seguramente, y haciendo cuentas, para la fecha de llegada a San José de Miranda de estos dos aventureros, coincidieron con la celebración de las fiestas patronales del mes de febrero.

El paso por San José de Miranda lo terminan describiendo con el siguiente relato: “Antes de partir de aquella población inolvidable, donde en pocos días habíamos encontrado una verdadera legión de excelentes amigos, regalamos al Padre Miranda uno de los ejes traseros del automóvil, con destino al museo que el activo párroco ha establecido en el pueblo. La donación tenía, en cierto modo, un sentido histórico, pues nuestro Chevrolet había sido el primer automóvil que irrumpiera victoriosamente en las tranquilas calles del pacífico y laborioso pueblo de Miranda. Los conciertos, las verbenas y los banquetes con que nos obsequiaron todos los días de nuestra permanencia, bien merecían aquella donación que, por otra parte, nos llenaba de una satisfacción que tenía sus puntos de vanidad, puesto que habíamos alcanzado a prestar un carácter histórico, si bien se mira, al esforzado Chevrolet que nos acompaña en la odisea trascontinental”. (sic). 

Resalto de manera especial esta segunda parte de la historia, porque, sin lugar a dudas, la travesía de los Hermanos Stoessel se convierte en un hito histórico para San José de Miranda, toda vez que se puede marcar, como la llegada rodando, del primer vehículo automotriz a nuestro municipio, la apertura a pica y pala de la “Carretera Panamericana” y con la ñapa que, en símbolo de gratitud, dejaron una parte importante de este inquebrantable “Chevrolet”, eje que debería tener un gran monumento en la plaza central del municipio, y, por último, resalta la generosidad, la hospitalidad y la alegría de los mirandinos, características que hemos conservado por siempre, modestia aparte.

Esta historia continuará, Los Stoessel, dicen en su libro: “De San José de Miranda seguimos la marcha con destino a Málaga… 

Espere la Tercera parte…

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