"El origen de las palabras"


Por Eugenio Pacelli Torres Valderrama*

Corresponsal del Chicamocha News en Europa

Un idioma es un ente viviente y, como tal, evoluciona gracias al contacto entre los pueblos. En el caso del español, por ejemplo, aunque el 94% de las palabras tienen su origen en el latín, es notoria la influencia de las lenguas celtas, germánicas, árabes, anglosajonas y, por supuesto, también de las provenientes de culturas indígenas americanas.

En Europa, antes de que los romanos popularizaran el latín, existía la civilización de los celtas, de quienes heredamos los broches y los pantalones, recordemos que la indumentaria típica de los romanos era la túnica. Fue gracias al contacto con los celtas que eventualmente se generalizó el uso de los pantalones, cuyo nombre era «braga». Precisamente, en él encontramos un ejemplo de la transformación del lenguaje, pues hoy en día este término denota una prenda interior femenina. Entre otras voces que nos llegaron de los celtas están: cerveza, camino, abedul, brío, trancar y vasallo. Así, las influencias avanzan en forma de cascada, de las culturas antiguas al lenguaje de los celtas, de ellos al latín y del latín al español.

Generalmente consideramos a los españoles como colonizadores, pues nos dominaron por más de 300 años, sin embargo, antes de eso, ellos sufrieron en carne propia la colonización de los árabes por más de siete siglos. No es de extrañar que de éstos nos queden como legado más de mil sustantivos de uso común, especialmente relacionados con ciencias, construcción y cocina, por ejemplo: albañil, aldea, alcantarilla, almacén, alcalde, alcohol, cifra, algodón, azúcar, jarabe, alacena, alacrán, tambor, alfiler, almohada y ajedrez.

Del contacto con los pueblos germanos tenemos: blanco, bosque, bregar, brotar, espía, fresco, guerra, guante o rico, así como bigote, que, por cierto, proviene de la expresión «bei Gott», es decir, «por Dios», un juramento habitual de los caballeros del séquito del emperador Karl V, mientras se atusaban el bigote. Esta forma terminó imponiéndose sobre la raíz griega «mustaki», de la que se deriva mostacho.

A partir del siglo XV entraron al español vocablos italianos, especialmente referentes a la música como batuta, soprano o piano; y franceses, entre otros: menú, puré, maniquí y restaurante. El significado original de este último era «restaurativo», y tuvo su origen cuando un cocinero de apellido Boulanger colgó, frente a su casa de comida, un aviso que decía: «Vengan a mí todos los de estómago cansado y yo los restauraré». Tal fue su éxito, que todos los negocios similares pasaron a llamarse Restaurants, y a los cocineros se les conocía como restauradores.

El encuentro entre dos culturas resulta siempre en un intercambio en doble vía, con el mal llamado descubrimiento de América, el español se inundó de expresiones provenientes de las lenguas quechuas, náhuatl, arawak, caribe y guraraní, para citar solo algunas. De ellos tomamos batata, papa, hamaca, yuca, cacique, huracán, barbacoa, alpaca, cancha, butaca, maraca, jícara, cacao, chocolate, aguacate, cigarro, coyote, tomate, tiza, cacahuete, petaca, cóndor, caimán, loro, maíz, guacamole, iguana, jaguar, piraña, mapache o chicle. La goma de mascar es un invento centroamericano, los aztecas y mayas la extraían de un árbol llamado Manikara Zapota y les servía, tanto para limpiarse los dientes, como para inhibir el hambre en los rituales de ayuno.

Con la influencia del comercio, la música, las películas, los deportes y la tecnología; la cantidad de términos tomados del inglés ha sido sustancial. Entre ellos tenemos: drenaje, tanque, panfleto, cóctel, túnel, líder, detective, picnic, champú, bistec, Internet, software, email, mouse o zoom.

Así, hemos visto que tras el idioma que hablamos se esconde una intrincada red de influencias históricas y culturales, descubrirlas es a la vez ameno e informativo. Tomemos, por ejemplo, la palabra «siesta», la cual tiene su origen en las reglas de San Benito con las que se regían los monasterios. Aludía a la práctica de guardar reposo después de la sexta hora latina, para nosotros el medio día, que es la hora de mayor temperatura. De ahí viene la expresión «guardar la sexta» que con el tiempo se convirtió en «guardar la siesta».

Una feliz siesta para todos.

*Doctor en Ingeniería, Hokkaido University, Japón. Autor de los libros "Aprendizaje Creativo", "Más allá de la Caverna" y "Libérate Escribiendo", entre otros.


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