“El escorpión esmeralda”

Relato original de Eugenio Pacelli Torres Valderrama

Corresponsal Chicamocha News en Europa

Fausto sentía gran pesar al notar cómo las leyendas y tradiciones de su pueblo se estaban acabando. Alguna vez había leído un proverbio africano que dice: «Cuando muere un anciano es como si se quemara una biblioteca», y pensaba que esto era justamente lo que había sucedido con el saber de su abuela. De todas las historias que le escuchara de niño quedaban muy pocas en la memoria colectiva.

En un afán por rescatar el legado, estando en el colegio, había narrado una en un centro literario, pero lo único que consiguió fue la burla de sus compañeros.

Pero no solamente eran las tradiciones orales las que se estaban perdiendo; convertido ya en odontólogo, cada vez que visitaba su patria chica encontraba menos casas viejas y más edificios. Incluso la casona del juez Albarracín, donde había funcionado el primer colegio, estaba a punto de ser demolida.

Todo tiempo pasado fue mejor, pensaba mientras caminaba al atardecer por las calles en que en su infancia jugara trompo y maras con sus amigos. Ahora estaban atiborradas de carros parqueados, y los andenes, de transeúntes malhumorados.

¿Y si hacía otro intento por revivir la leyenda que había presentado en el centro literario?

Según su abuela, quien encontrara al escorpión esmeralda se haría acreedor a una gran fortuna.

El plan era sencillo, capturar un alacrán vivo, pintarlo de verde y dejarlo libre al otro día en un sitio concurrido, en el terminal de buses, o en la alcaldía, por ejemplo.

En todo caso, lo primero era encontrar el alacrán. Estos son animales de hábitos nocturnos que por lo general viven en las casas de tapia pisada y tejas de barro. La casona del juez Albarracín era una de ellas.

Hacia allí se dirigió Fausto, provisto de un frasco con tapa, una caja de fósforos y tres velas, que supuso llamarían menos la atención que una linterna.

Se coló por una ventana rota. Como lo esperaba, la corriente eléctrica ya había sido cortada. Excepto por una silla en un rincón no había mobiliario. Recorrió todos los cuartos revisando las grietas en las paredes, las baldosas sueltas, el espacio detrás de las puertas, pero no encontró alacrán alguno.

Decidido a perseverar en su empeño, pegó su vela en el alféizar de la ventana y se sentó en la silla atento a cualquier movimiento en el piso. Esperó largo tiempo, y al filo de la media noche creyó distinguir un contorno en el centro de la sala. Se frotó los ojos y al mirar de nuevo distinguió una mesa que se materializaba lentamente. A cada uno de sus lados había sillas y sobre ellas figuras vaporosas. Asustado quiso huir, pero sus piernas no le respondieron.

Las figuras eran espectros que jugaban a las cartas, aparentemente ajenos a su presencia. Una vez que la partida terminó, el ganador celebró con una carcajada. Hasta entonces Fausto no había notado que los aparecidos habían hecho sus apuestas con monedas de oro. La escena comenzó a disolverse, tal y como había aparecido, pero las monedas permanecieron suspendidas en el aire, y muchas más comenzaron a caer como lluvia.

La vela estaba a punto de consumirse y cuando Fausto se apresuró a prender la siguiente, para su gran sorpresa, descubrió en el alféizar al alacrán esmeralda, la señal de que aquella fortuna era suya.

Lleno de regocijo llenó su bolso con las monedas y salió. Una voz en su interior le dijo, que aquellos fondos deberían invertirse en salvar y restaurar la casona, condición ante la cual Fausto no tuvo reparo.

ChicamochaNews.net - Multilenguaje