El café que cambió un día
Andrés era un joven que cada mañana tomaba el mismo bus rumbo a su trabajo. Sus días parecían iguales: la prisa de la ciudad, el cansancio de la oficina y el mismo café que compraba en la esquina antes de subir al transporte.
Una mañana fría, mientras se abrigaba con su bufanda, notó a un hombre mayor sentado en la banca cercana, con las manos temblorosas y la mirada perdida. Andrés dudó por un instante. Tenía poco dinero en el bolsillo, apenas lo justo para su café y el pasaje.
Mientras esperaba en la fila de la cafetería, su mente no dejaba de recordarle la imagen de aquel hombre. Algo dentro de él le decía: “Haz algo, no mires a otro lado.”
Finalmente, tomó la decisión. En lugar de comprar solo su café, pidió dos. Se acercó al hombre, le entregó el vaso caliente y le dijo:
—Buen día, pensé que le vendría bien un poco de calor.
El anciano lo miró con ojos húmedos y apenas pudo responder:
—Gracias, hijo. Nadie había hecho algo así por mí en mucho tiempo.
Andrés no lo sabía, pero ese sencillo gesto de generosidad cambió por completo la jornada de aquel hombre… y también la suya.
Ese día, Andrés llegó al trabajo con una sonrisa distinta, con el corazón ligero. Descubrió que dar no es perder, sino ganar en propósito, en alegría y en paz. Un simple café se convirtió en un recordatorio de que la generosidad puede transformar vidas, incluso con pequeños gestos.
🌟 Lección / Moraleja
La generosidad no siempre se mide en grandes cantidades; a veces, una palabra, un abrazo, un café compartido o un momento de tiempo pueden ser la mayor bendición para alguien. Cuando damos con amor, sembramos esperanza en corazones que lo necesitan.
Por: William de Jesús Vélez Ruíz [WilliVeR]
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