Nombre clave: Camaleón

Por Eugenio Pacelli Torres Valderrama

(Extracto del libro: Relatos irreales)

Chicamocha News, mayo de 2022

 

Tres golpes en la puerta interrumpieron la clase de Geografía. El portero del colegio le informó a la profesora que el director quería hablar con Flavio.

Una vez en la oficina, el director le explicó a Flavio que debía hacerle algunas preguntas, como parte de un procedimiento de rutina ordenado por el Ministerio. Según pudo inferir Flavio, toda la comunidad educativa estaba bajo vigilancia y era responsabilidad de los profesores reportar comportamientos inusuales.

—¿Puedes explicar por qué en clase de álgebra cambias de lugar y te sientas en el rincón? —preguntó el director.

Flavio iba a hablar, pero el director lo detuvo con un movimiento de mano.

—Antes de que digas algo —dijo—, recuerda que la mejor defensa es la verdad. Esta es una enseñanza para toda la vida. Las mentiras siempre se apilan unas sobre otras como una torre de naipes y en el momento menos esperado se vienen abajo.

—Tengo sospechas sobre uno de mis compañeros, Ramón Fonseca —dijo Flavio en voz baja y con la cabeza gacha. 

—¿Qué clase de sospechas?

—En clase de álgebra, todos hacemos un esfuerzo por entender, pero a mí me parece que Ramón trata de dar la impresión de que no entendiera. Mira con atención el tablero, se rasca la cabeza y garabatea en su cuaderno, sin embargo, rara vez pasa la hoja. Según pude descubrir, en realidad no toma apuntes, finge escribir con un lapicero sin tinta. Sus evaluaciones están llenas de tachones, pero siempre se las arregla para obtener una nota un poco más alta del promedio. Por eso me cambié de lugar para observarlo mejor.

—¿Por qué habría de actuar así?

—Para ocultar alguna clase de superpoder —respondió Flavio.

—Explícate, por favor.

—Señor director, yo sé que es una tontería...

—¿Qué otras sospechas tienes? —insistió el director.

Flavio contuvo el impulso de hablar a la ligera. Lo que sucedía era que entre los estudiantes corría el rumor de que Ramón podía amarrarse el cordón del zapato con una sola mano. Pero como Flavio no lo había visto en persona, ni había escuchado el reporte de alguien que lo hubiera presenciado, pensó que faltaría a la verdad si se lo comentaba al director.

Entonces recordó un incidente del cual él sí había sido testigo. 

—En una de las clases —dijo Flavio—, Ramón se llevó la mano al oído como fastidiado por un ruido repentino. Más tarde, en el camino a casa me encontré con un vecino que me dijo que había estado entrenando a su perro con un silbato ultrasónico en el parque cercano al colegio.

Tras una pausa, Flavio añadió:

—Llegué a pensar que Ramón era una especie de Superman, y que trataba por todos los medios de pasar desapercibido y parecer un poco tonto, como Clark Kent.

En ese momento el director se llevó rápidamente la mano al oído.

—En verano estos mosquitos son todo un fastidio —dijo.

Flavio esperaba la risa del director y un comentario ligero, pero este permaneció serio.

—¿Has identificado comportamientos inusuales en otros de tus compañeros?

—¿A veces me pregunto por qué Silvia trae arepas, si su papá tiene una panadería? ¿O por qué Ramiro, que es la persona más burda que conozco, tiene una letra tan impecable?

—¿Sabes qué significa meta análisis? —preguntó el director.

—No señor.

—El término se usa en estadística. Es cuando se combinan los resultados de varias investigaciones independientes para llegar a una conclusión general.

—Con todo respeto, señor director, no entiendo de qué se trata todo esto.

—Como te digo, son órdenes del Ministerio. Algunos investigadores afirman que el meta análisis puede llegar a ser una facultad mental, y figura en la lista de características que el Ministerio nos solicita identificar.

El director tomó el teléfono e hizo una cita con la psicóloga.

—La psicóloga te espera mañana a las diez. Puedes retirarte.

Al día siguiente, Flavio se presentó puntual en la oficina de la psicóloga. Para su sorpresa, estaba acompañada de dos hombres altos y fornidos con corte militar y vistiendo batas blancas. 

—Flavio —dijo la sicóloga—, ellos son los agentes Curtis y Hansen. Están aquí para hacerte un encefalograma.

—No sin el permiso por escrito de mis padres —dijo Flavio.

Los hombres intercambiaron una mirada como si hubieran encontrado algo que habían estado buscando por largo tiempo.

—Es una prueba no invasiva —explicó Hansen con un fuerte acento extranjero—. Todo lo que tenemos que hacer es conectarte un par de electrodos en la cabeza por tres minutos. Entre menos se llame la atención, es mucho mejor. Por la colaboración voluntaria nuestro gobierno ofrece una bonificación de cinco mil dólares.

—Que sean siete mil y una explicación detallada sobre el asunto —respondió Flavio.

—Es información clasificada —dijo Curtis.

—Entonces, con su permiso, me retiro.

—Espera —se apresuró a decir Hansen.

Hansen y Curtis discutieron en inglés.

—Okay, boy —dijo Hansen.

Flavio, Curtis y Hansen salieron de la oficina y luego del colegio. Una camioneta blanca con placas de la Embajada Americana estaba parqueada al otro lado de la calle. La conductora esperaba frente a ella haciendo figuras con un palo sobre la arena. Aquella era una mujer pasada de peso también con corte militar y bata blanca. Tenía un piercing sobre la ceja derecha y tatuado alrededor del cuello un ciempiés.

La mujer intercambió unas palabras en inglés con los agentes y luego abrió las puertas traseras.

En el interior Flavio vio una silla rodeada de instrumentos electrónicos.

—Siete grandes por tres minutos sin hacer nada, es un buen trato, boy —dijo Hansen.

—Siete grandes y una explicación —añadió Flavio.

—Brillante chico —intervino Curtis—. Me agradan las personas inteligentes.

Curtis y Hansen le explicaron a Flavio que trabajaban en un proyecto secreto llamado Camaleón. Consistía en seguirle los pasos a una entidad extraterrestre que se había escapado de un laboratorio cerca de Houston. No se trataba, sin embargo, de una presencia física. La entidad viajaba por la conciencia de las personas y les adjudicaba momentáneamente poderes sobrenaturales. En los cerebros donde se alojaba dejaba una huella en el lóbulo occipital. Aunque a la entidad probablemente nunca la capturarían, era importante analizar las huellas. De hecho, podría decirse que esta información era más valiosa que la criatura misma.

Los análisis mostraron que, lamentablemente, la entidad no se había alojado en el cerebro de Flavio.

Flavio, con el cheque en su bolsillo, dio un salto para bajarse de la camioneta y en ese momento vio a la conductora que inclinada se amarraba un zapato, y lo hacía con una sola mano.

La conductora sonrió y guiñó un ojo.

Flavio hizo una venia con la cabeza y se dirigió de vuelta al colegio pensando en qué invertir su pequeña fortuna.


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