“Nuestra Única Esperanza”
“Oh Señor, solo tú eres mi esperanza. En ti he confiado, oh Señor, desde la niñez.”
El salmista David escribió estas palabras en una etapa avanzada de su vida. Había conocido victorias y derrotas, días de gloria y noches de angustia. Pero en medio de todo, su testimonio era firme: “Desde mi niñez he confiado en ti.” No se trataba de una fe ocasional, sino de una relación constante, forjada en la confianza y la experiencia de caminar con Dios en cada temporada de la vida.
Cuando el salmista declara: “Tú eres mi esperanza”, no lo hace desde un lugar de teoría, sino desde la convicción profunda de quien ha visto a Dios obrar en medio del dolor, la persecución y la pérdida. David comprendía algo que nosotros también necesitamos recordar: la esperanza no es un sentimiento, es una persona: Cristo.
El profeta Jeremías lo expresó de otro modo:
“Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en Él. Será como árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente” (Jeremías 17:7-8).
El que confía en Dios puede atravesar el valle más seco sin marchitarse, porque su raíz está anclada en la fuente eterna.
Reflexión para la vida diaria:
Muchos hoy se sienten como si caminaran por ese “valle del llanto” (Salmo 84:6). Puede ser la pérdida de un ser querido, una crisis financiera, una traición, un diagnóstico médico o simplemente la sensación de vacío interior. En esos momentos, el enemigo susurra: “Ya no hay esperanza.” Pero ahí mismo es donde la voz de Dios te recuerda: “Yo sigo contigo.”
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En tu hogar: quizás atraviesas conflictos familiares o cargas emocionales. Antes de rendirte, ora. Pídele a Dios que te muestre una salida, que renueve tu paz y te recuerde que no estás solo. Él puede transformar lágrimas en consuelo y caos en armonía.
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En tu trabajo: cuando las puertas parecen cerrarse o la presión te supera, confía en que Dios puede abrir caminos donde no los hay. Él es especialista en convertir los “no se puede” en testimonios de victoria.
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En tus relaciones: cuando sientas que te fallan o que te quedas solo, recuerda que el amor de Dios es constante y perfecto. Él restaura lo que parece roto y te da la sabiduría para perdonar y seguir adelante.
La esperanza en Dios no es una ilusión; es una certeza que se fortalece en el fuego de las pruebas. Así como la noche da paso al amanecer, tu llanto también dará paso al gozo.
Aplicación Espiritual:
No permitas que la oscuridad de este momento nuble tu fe. Cada lágrima que derramas, Dios la ve. Cada suspiro, Él lo escucha. El “valle del llanto” puede ser el lugar donde descubras que tu verdadera fortaleza no está en ti, sino en Aquel que camina a tu lado.
Confía en el proceso. La misma mano que permite la tormenta será la que te sostenga hasta que veas el arcoíris de su promesa cumplida.
Recuerda: nuestra esperanza no se basa en lo que vemos, sino en lo que creemos. Y creemos en un Dios que nunca falla.
Mensaje final:
No pongas tu esperanza en las circunstancias, ni en las personas, ni en los resultados visibles. Ponla en Dios, porque Él nunca cambia y siempre cumple su Palabra.
Nuestro propósito de Vida es: Vivir la Palabra con V de Victoria.
Por: William de Jesús Vélez Ruíz [WilliVeR]
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